20060628

La Serpiente Primigenia I

En el principio era el Vacío, y la Conciencia del Vacío.
He aquí que sólo existo Yo, dijo la Conciencia del Vacío, y sí he de crear más como yo, he de tomar sustancia de mí mismo, pues no existe nada más.
Y he aquí que el vacío era la ausencia de todas las cosas que después fueron, pero también era la consumación de todas las cosas, que lo contiene todo, pues nada más existía antes y a El regresarán todas las cosas.
La Conciencia del Vacío se discriminó a sí mismo, y he aquí que dio nacimiento a la Serpiente Primigenia.
Y dicen los Dal’Shadoth, que son Los que Saben, que la Serpiente Primigenia era de tal magnitud, que no existía nada más, y que la cola de la Serpiente desconocía la existencia de su cabeza, y su cabeza ignoraba que existía su cola. Y cuando la Serpiente Primigenia se encontraba con su propia cola, la confundía con Algo Más, y la devoraba, devorándose a sí misma para luego vomitarse de nuevo a la existencia, cada vez idéntica y sin cambio alguno.
Se dice que la Serpiente Primigenia vagó en el vacío, desconociendo del todo a la Conciencia del Vacío, durante incontables edades. Y ocurría que cada vez que la Serpiente mudaba de piel, la anterior carcasa se convertía en una sombra viviente de la Serpiente; y como ésta, vagaba por el vacío, en tamaño menor que la Primera pero aun inmensas, aun devorando su cola en cuanto la veían, y siendo devoradas a su vez cuando luchaban con la Serpiente Primigenia. Dicen las leyendas que las Sombras de la Serpiente fueron en número de miles, que su tamaño era de la mitad que la Serpiente Primigenia.
Durante incontables edades las Sombras de la Serpiente existieron, luchando unas con otras, escapando a la Serpiente Primigenia para que no la devorara, devorando sus propias colas, y apareándose entre ellas, dando lugar a serpientes que eran Hijas de las Sombras, que fueron en número de millones y que sus tamaños eran la mitad de las Sombras de la Serpiente.
Y se dice que las Hijas de las Sombras eran en su naturaleza iguales a las Sombras y a la Serpiente, de forma que luchaban unas con otras, devoraban sus propias colas al verlas y escapaban de las Sombras y de la Serpiente para que no las devoraran a su vez. Y entre ellas mismas también se apareaban, dando lugar al Pueblo de las Serpientes, en número de decenas de millones, que eran de tamaño tal que vivían sobre el lomo, los costados y el vientre de la Serpiente Primigenia, quien las devoraba en cuanto las descubría.
Se cuenta que la Serpiente Primigenia, las Sombras de la Serpiente, las Hijas de las Sombras y el Pueblo de la Serpiente, todas eran iguales en naturaleza y desconocían sus propios cuerpos, siendo así que eran serpientes, sin miembros, y que vivían para luchar, devorar, escapar y aparearse.
Dicen los Dal’Shadoth que todas las criaturas existieron en el vacío durante más edades de las que ha conocido el Universo. Pero que la Era de las Serpientes comenzó a su fin el día en que, lo más lejos que se podía estar de la Serpiente Primigenia y lo más cerca del Vacío, nació como parte del Pueblo de la Serpiente una que era distinta a las demás, pues nada más nacer dijo: “He aquí que Yo Soy, y he aquí que este es mi cuerpo, y no devoraré mi cola pues con ello me devoro a mí mismo, y con ello me hago nacer de nuevo, idéntico y sin cambio de como siempre fui”. Y ocurrió que a esa serpiente le nació un aguijón en la cola.
Y esta serpiente del aguijón también luchaba y escapaba, pero no devoraba ni se apareaba, sino que daba muerte con su aguijón a sus enemigos, así fueran del Pueblo de la Serpiente, de las Hijas de las Sombras y aún Sombras de la Serpiente. Y ocurría que cuando la serpiente del aguijón mataba a sus enemigos, de sus cuerpos emergían criaturas como ella, que igualmente portaban aguijón y a las que enseñaba a decir: “He aquí que Yo Soy, y he aquí que este es mí cuerpo, y no devoraré mi cola pues con ello me devoro a mí mismo, y con ello me hago nacer de nuevo, idéntico y sin cambio de como siempre fui”. Y a este nuevo pueblo se le llamó el Pueblo del Aguijón, y eran temidos por las demás criaturas del vacío.
Ocurrió entonces que en el Ocaso de la Edad de las Serpientes, una de las más viejas sombras, antes de ser muerta por la Serpiente del Aguijón, dijo a esta: “He aquí que tú eres maldita, pues llevas contigo la muerte de la presente Era y la extinción de las Emanaciones de la Serpiente. Te teman y odien todas las criaturas del vacío, aun el mismo Pueblo del Aguijón, de quien eres reina”. Y cuando esta vieja Sombra murió, de su cadáver nació una serpiente con aguijón que era de color rojo como la sangre, y que incordiaba cada vez que podía a la Serpiente del Aguijón, pues había nacido sabiendo lo que ocurriría a su Pueblo por causa de la aquella; esta serpiente se llamó la Serpiente Roja.
Dado que la paz no llegaba entre las criaturas del vacío y el Pueblo del Aguijón, ocurrió que la Serpiente Primigenia se hartó de la guerra, y decidió devorar a la Serpiente del Aguijón, a la que persiguió incansable a lo largo de todo su cuerpo.
Y la Serpiente Primigenia devoró a la Serpiente del Aguijón.
Gran tristeza cundió entre el Pueblo del Aguijón al saber perdido a su rey, en todos excepto la Serpiente Roja, quien profetizó el regreso de la Serpiente del Aguijón, así como un terrible destino para su pueblo cuando regresara.
Pasaron tres edades, en las que las criaturas del vacío persiguieron y dieron muerte al Pueblo del Aguijón, excepto a aquellos que siguieron a la Serpiente Roja, pero al final de esas tres edades, la Serpiente Primigenia dio existencia a la Serpiente del Aguijón, pero en vez de vomitarla, la dio a nacer como a un hijo, y al haber ocurrido esto, su voluntad flaqueó y dijo: “He aquí que vuelves, no como una sombra mía, o una hija de las sombras, ni como uno del pueblo de la serpiente o del pueblo del aguijón, sino como hijo mío. Por ello no puedo matarte ni devorarte de nuevo, y te dejaré vivir”.
Pero la Serpiente del Aguijón no vivió mucho tiempo, pues media edad después de haber regresado entre su pueblo, sintió terribles dolores y mudó de piel, pero al hacerlo, ya no fue igual, y dijo: “He aquí que no soy más una serpiente, sin miembros, ni alas o aletas, sino que tengo cuatro brazos y cuatro piernas, y tengo dos cabezas, cuatro alas y cuatro aletas, y he perdido mi aguijón, he aquí que no sé qué soy”.
Y la Serpiente del Aguijón, que era ahora la Creatura Nueva, vagó en solitario, y dijo: “He aquí que estoy solo, pero tengo cuatro brazos, cuando sólo necesito dos, y tengo cuatro piernas, cuando sólo necesito dos, y tengo dos cabezas, cuando mis pensamientos pueden residir sólo en una, y de mis cuatro alas solo empleo dos, y de mis cuatro aletas sólo dos me son de utilidad. Así pues, me heriré y partiré en dos mi cuerpo, y seré mi propia compañía”.
Cuentan los Dal’Shadoth que con gran dolor, Creatura Nueva se convirtió en dos, y que estos dos eran iguales en todo, excepto que uno era macho y el otro hembra. Y ocurrió que las dos Criaturas Nuevas se aparearon, y dieron lugar a un nuevo pueblo, el Pueblo de los Nuevos, que era fuente de asombro para todas las criaturas y pueblos del vacío.
Ocurrió también que después de dar existencia a la Creatura Nueva, la Serpiente Primigenia no mudó más de piel sino una vez, y que esta última no se convirtió en una Sombra, sino que la Serpiente tomó su carcasa y dijo a la Criatura Nueva y su Pueblo Nuevo: “He aquí que esta carcasa, enorme e infinita para tu pueblo, te sirva de hogar a ti y a los tuyos, pues las serpientes temen a tu Pueblo y no desean verlo entre ellos”.
Y el Pueblo Nuevo habitó en la carcasa de la Serpiente Primigenia, como en infinitas galerías de cavernas, y durante edades se multiplicaron. Pero el Pueblo del Aguijón odiaba al Pueblo Nuevo, pues decían: “He aquí que el Pueblo Nuevo es engendro bastardo de nuestro rey, que nos ha abandonado por ellos y ha sido muerto por las dos Criaturas Nuevas. Demos guerra pues al Pueblo Nuevo y no los dejemos vivir en paz, sino que extingámoslos por habernos quitado a nuestro rey”.
Y de nuevo Serpiente Roja, entre el Pueblo del Aguijón, que de nuevo se contaban sus número por miles, dijo: “No, no guerreemos contra el Pueblo Nuevo, pues estaba dicho que Serpiente del Aguijón abandonara a su pueblo, y si les damos guerra, peor será la suerte para las Serpientes”. Pero el Pueblo del Aguijón no escuchó al más sabio de entre ellos, que dijo: “He aquí que deben seguirme quienes crean que no debe haber guerra, y aún quienes desean la muerte de la Criatura Nueva, más quienes desean guerrear contra el Pueblo Nuevo, quédense y peleen, y traigan la desgracia sobre las Serpientes, pues el Pueblo Nuevo es pueblo de dioses y grandes hechiceros”. Y fue que sólo la tercera parte del Pueblo del Aguijón siguió a Serpiente Roja, y los demás se quedaron a hacer la guerra al Pueblo Nuevo.
Dicen las leyendas que la Primer Gran Guerra se libró en el vacío, cuando el Pueblo del Aguijón acaudilló a las demás serpientes y las lanzó contra el Pueblo Nuevo, que les resultaban extraños y temibles, y de temibles artes.
Pues ocurría que en efecto, el Pueblo Nuevo había descubierto artes y magias, y que aunque estaban lo más lejos que se podía estar de la Serpiente Primigenia, no ignoraban al vacío, sino que lo temían y despreciaban, pues consideraban que mucho podía construirse en él. Y cuando se escucharon los gritos de guerra de las Sombras, las Hijas de las Sombras, del Pueblo de la Serpiente y del Pueblo del Aguijón, la Criatura Nueva dijo: “He aquí que vienen con guerra, démosles guerra, pues con su muerte hemos de crear el Universo”
Una edad duró la guerra, al final de la cual, la Serpiente Primigenia se acercó a su costado y dijo: “He aquí que las Serpientes y los Dioses luchan, pero su lucha me ha cansado, y como son igualmente poderosos, ninguno de ellos parece ganar. Pero siendo como soy, serpiente, he de luchar al lado de los míos”.
El Pueblo Nuevo se atemorizó cuando escucho el grito de batalla de la Serpiente Primigenia, pues dijeron: “¿Qué podemos hacer contra la que ha existido por siempre, y de cuya materia somos?”
Pero la Criatura Nueva dijo: “He aquí que yo lucharé contra la Serpiente Primigenia. Y como veo que Serpiente Roja no está entre los guerreros, sé que la victoria sólo puede ser mía”.
Ante las palabras de la Criatura Nueva, la Serpiente Primigenia dijo: “Si bien una vez te prometí no devorarte, he aquí que hoy falto a mi promesa, pues es mejor que no existas”.
Y la Serpiente Primigenia y la Criatura Nueva lucharon, y ninguno parecía ganar, pues ante la descomunal fuerza de la que fue primero, el ingenio y las artes del nuevo eran gran rival. Más ocurrió entonces que la Serpiente Roja, disfrazada de Sombra, se acercó al campo de batalla y con su aguijó hirió a la Criatura Nueva, que cayó y fue devorada por la Serpiente Primigenia. Y la Serpiente Roja dijo: “Ay de mí, qué he hecho”, y huyó lejos, aun más lejos que donde aguardaban aquellas serpientes de aguijón que lo siguieron.
La Criatura Nueva estuvo dentro de la Serpiente Primigenia y dijo: “Ya he estado aquí antes, y conozco los laberintos. Y sé, por que lo veo de nuevo, que nada es distinto fuera que dentro de la Serpiente Primigenia, y he allí que veo a los ejércitos en guerra, y veo que a mi pueblo, el Pueblo Nuevo, derrotan las serpientes del vacío”.
La Criatura Nueva buscó una salida, y he aquí que llegó a la cabeza de la Serpiente Primigenia, y dirigiéndose a los ojos de ésta dijo: “Ayudadme ustedes, que todo lo han visto y todo lo saben”.
Y ocurrió que el ojo de la derecha dijo: “No te ayudaré, yo soy de oscuridad y mi momento no ha llegado aún”.
Pero el ojo de la izquierda dijo: “Te ayudaré, pues soy de luz, y ahora es que debo actuar”.
Cuentan los Dal’Shadoth que entonces el ojos izquierdo de la Serpiente Primigenia se arrancó de la órbita, y por ésta manaron ríos de sangre negra que era el vacío concentrado. Y entre la sangre negra brotó la Criatura Nueva, de la que el macho bebió la sangre y dijo: “He aquí que broto de nuevo, y he aquí me alimento del vacío. La Serpiente está herida, ahora le daré muerte”.
Pero la Criatura Nueva que era hembra, bebió de la sangre y dijo: “He aquí que algo se mueve en mi vientre, y temo que esta sangre negra me ha fecundado”, y se alejó para gestar a su hijo.
La Criatura Nueva, que era macho, se volvió contra la Serpiente Primigenia y con sus manos, poderosas y enormes como mil cielos, la estranguló y le dio muerte.
Gran confusión cundió entre las serpientes del vacío, que fueron muertas todas menos una décima parte, que escapó en todas direcciones del vacío, para buscar refugio.
Fue así que dio fin la Era de las Serpientes, y el Pueblo Nuevo, que eran dioses, tasajearon los cuerpos de las serpientes vencidas, y de su carne se dieron festín, notando como su poder crecía. Luego, con la piel y huesos de la Serpiente Primigenia dieron forma al mundo, y con la piel y huesos de las Sombras, las Hijas de las Sombras, del Pueblo de la Serpiente, y del Pueblo del Aguijón, dieron forma a las cosas que sobre el mundo hay, y cada uno del Pueblo Nuevo, hijos de la Criatura Nueva, dio forma a alguna criatura del mundo, siguiendo su gusto, su orientación y su propia forma, pues he aquí que todos los hijos de la Criatura Nueva eran de forma distinta, y ninguno era como su padre.
Y la Criatura Nueva, que era macho, dijo: “He aquí que la Criatura Nueva, que es hembra, se ha ocultado. Pero he aquí que el vacío se ha ocupado cn el Mundo, y el Mundo es hermoso y de mi agrado, y sobre el han de reinar mis hijos, el Pueblo Nuevo, que hoy son llamados dioses, y sobre ellos he de reinar yo, que hoy seré llamado Padre de los dioses, y a mi lado reinará al Criatura Nueva que es hembra, que hoy se oculta a mi vista, que será llamada Madre de los dioses.

20060617

El Señor de los Tres Mundos I

Entre las historias que se cuentan sobre los tiempos antes de los tiempos, cuando el mundo era de otra manera, se habla de la historia del Señor de los Tres Mundos, que era también Monarca del Reino que Circunda.
Se dice que el Señor de los Tres Mundos había reinado sobre la creación durante muchos eones, y siempre había estado solo. Pero un buen día, al Señor de los Tres Mundos le nació una hermosa hija.
Ese día fue de júbilo en los tres mundos, y en honor al nacimiento de la Princesa del Reino que Circunda, en el Mundo Inferior, donde guerrean los demonios, las batallas se detuvieron por tres días, y durante ese tiempo hubo banquetes y concordia entre los diablos. En el Mundo Medio, donde habitan los hombres, llovió maná del cielo y corrió leche y miel en los arroyos, llovió en los desiertos y el sol apareció sobre las tundras heladas, y los hombres, durante tres días, se olvidaron del hambre y el sufrimiento. En el Mundo Superior, donde señorean los dioses, hubo cánticos y bailes, y los cielos se vistieron de auroras y arcoíris, y los dioses elevaron oraciones hasta los oídos del Señor de los Tres Mundos durante tres días.
Habiendo recibido con beneplácito el Señor de los Tres Mundos los festejos por el nacimiento de su primer y única hija, se decidió que era momento de nombrarla, para que los habitantes de los tres mundos tuvieran un nombre por el que dirigirse a ella.
Bajó entonces el Señor de los Tres Mundos, desde el Reino que Circunda hasta el Mundo Medio, donde en su centro se localizan los cinco oráculos.
Llegando al sitio de los oráculos, con su recién nacida en brazos, el Señor de los Tres Mundos habló así.
-Escúchame, Oráculo del Norte, y dime, ¿qué ves en el futuro de mi hija recién nacida?. Dime para que pueda saber cómo nombrarla, y así los habitantes del Mundo Inferior sepan como referirse a ella en sus cantos de batalla.
Desde el norte, con viento frío, llegó la voz del Oráculo.
-He aquí lo que de tu hija recién nacida puedo decir, Señor de los Tres Mundos. Y es que tu hija vivirá su infancia a tu lado, pero tan pronto como sepa discernir, y poco después de que se haya hecho mujer, elegirá dejar el Reino que Circunda, y decidirá, para su primera encarnación, aparecer entre los demonios del Mundo Inferior.
El Señor de los Tres Mundos se entristeció, pues aun cuando le era dado controlar el paso del tiempo en el Reino que Circunda, supo que no podría prolongarlo lo suficiente como para permitir de buena gana que su hija abandonara sus planicies y encarnar en el Mundo Inferior.
-¿Es eso todo lo que tienes qué decirme, Oráculo del Norte?- preguntó el Señor de los Tres Mundos.
-No, Monarca del Reino que Circunda. He de decirte que en su encarnación entre los demonios, del Mundo Inferior, tu hija será una gran y afamada guerrera, que guiará a sus soldados en mil exitosas batallas, y por primera vez, bajo su mando, una facción de fieros diablos gobernará sobre los demás, trayendo una paz, que si bien efímera, será dulce para ese mundo azotado por la guerra. Tu hija morirá siendo emperatriz de los demonios, y su recuerdo permanecerá con ellos por siempre.
-Muy bien, Oráculo del Norte, sea así que mi hija será nombrada Gran Dama Guerrera, que trae Destrucción y Muerte a sus enemigos, pero Paz y Sosiego para sus aliados.
El Oráculo del Norte calló, y fue así que el Señor de los Tres Mundos se dirigió al Oráculo del Sur.
-Dime, Oráculo del Sur, ¿hay algo que puedas ver de mi hija, Gran Dama Guerrera? Dímelo, para que cuando mi corazón se acongoje por su existencia entre los demonios, pueda rememorar tus palabras y tener esperanza.
Con un viento cálido, llegó la voz del Oráculo del Sur.
-He aquí al Señor de los Tres Mundos, el Padre de Gran Dama Guerrera. Sepa Él, Monarca del Reino que Circunda, que su hija, tras morir como Señora Infernal, renacerá en el Mundo Medio, entre los hombres, y que sus pasos recorrerán de un extremo a otro este mundo, y aun aquí, ante nosotros, será vista y recibirá profecías.
El Señor de los Tres Mundos se entristeció de nuevo, al saber que después de morir en el Mundo Inferior, su hija no retornaría a él, sino que elegiría nacer entre los hombres.
-Dime más, Oráculo del Sur, pues seguramente con esa nueva vida, mi hija habrá de recibir un nuevo nombre.
-Sepa el Señor de los Tres Mundos, que su hija, como mujer entre los hombres, conocerá hambres y sufrimientos que los demonios, por no ser materiales como los hombres, no pueden conocer. Sepa el Monarca del Reino que Circunda, que su hija padecerá todo lo que padece el hombre recién creado, y que el mayor dolor vendrá de la ignorancia, de desconocer las razones del dolor. Sepa el Señor de los Tres Mundos que esa será la primera encarnación de su hija entre los hombres, que no la conocerán ni memoria tendrán de ella, y que morirá joven sin haber dado a luz.
Gran congoja sentía el Señor de los Tres Mundos.
-Verdaderamente es misericordiosa mi hija, para elegir esos dolores, y es así que será llamada, en el Mundo Intermedio, Gran Dama de la Misericordia, pues conocerá lo que los hombres padecen. Pero dime, Oráculo del Sur, ¿por qué has dicho que esa será la primer encarnación de mi hija en el Mundo Intermedio?
-Sepa el Señor de los Tres Mundos que su hija vivirá dos vidas entre los hombres, pero yo sólo de una le he de hablar.

20060616

La Nuez de Oro I

Cuentan las leyendas que Arhun Mull dejó la tierra de sus antepasados, ansiando encontrarse con el Dios del Cielo Azul, creador de los mundos.
Viajo por la costa, entablando conversación con los ascetas perioceánicos; caminó tierra adentro buscando a los ascetas que murmuran en los bosques, y al final se adentró en el gran desierto que devora a los hombres.
Allí, entre las dunas, le dijeron a Arhun, encontraría con seguridad a F'tuan, Señor del Cielo Azul, creador de los mundos, y obtendría de el la sabiduría y el Dogma, las palabras de la ley sobre cómo deben ser seguidos los preceptos divinos.
A'tharthusn, Señor del Sol, el que todo lo ve, a Arhun sin piedad, pues está dicho que aquel hijo de hombre que se aventura en el desierto que devora a los humanos, en busca de F'tuan, deberá enfrentarse primero a su hijo A'tharthusn, quien no permitirá jamás que un no digno llegue a las moradas del Cielo Azul.
A punto de desfallecer, a la séptima semana de travesía, Arhun se encontró ante las columnas que no tienen fin, la entrada al reino del Señor del Cielo Azul, y allí se arrodilló, en la quemante arena, a suplicar la ayuda de F'tuan, y le permitiera entrar a su presencia.
El ruego de Arhun fue escuchado y las columnas que no tienen fin se sacudieron como cuerpos de serpiente, elevándolo entre ellas como sobre manos de aire, hasta perderse en la inmensidad del Reino del Cielo Azul.
Y fue así que Arhun se encontró frente a frente con el Señor del Cielo Azul, creador de los mundos, que iba desnudo y su cuerpo tenía el color del hielo, y se cubría sólo las espaldas con un manto del color del cielo en verano, y por broche llevaba el disco solar de su hijo A'tharthusn, el que todo lo ve.
-Has venido hasta aquí, hijo de hombre, di que deseas y yo diré si te ha de ser concedido. ¿Deseas acaso ser salvado de las arenas inclementes de mi hijo, el que todo lo ve?
-Señor del Cielo Azul- respondió Arhun, de rodillas sobre la planicie de lapislázuli-. Aunque la ira de tu hijo, el que todo lo ve, es temible, y las arenas devoran la piel tanto como sus inefables rayos, no es la salvación de mi ser lo que pido. Lo que suplico de tí, Señor del Cielo Azul, creador de mundos, es que me comuniques el Conocimiento, todo aquel que puedan escuchar mis oídos de hombres y ver mis ojos humanos. Ansío más que nada me comuniques las Palabras y los Dogmas, las Leyes y las Formas que cómo han de ser vistas las cosas de este mundo y lo demás, te suplico los dones que guíen a los hombres para agradarte.
Escuchando lo anterior, F'tuan sentenció:
-Es una gran cosa la que me pides, es un gran don y un gran sacrificio. Me ha sido agradable que un hijo de hombre cruce uno de mis mundos para pedirme tal cosa, así que escucha y te comunicaré las palabras y los Dogmas, las Leyes y las Formas, y el cómo han de ser vistas las cosas tu mundo y los demás.
Y fue así que F'tuan, Señor del Cielo Azul, creador de los mundos, comunicó a Arhun sus designios, en palabras que el hijo de hombre pudiera entender y comunicar a sus hermanos.
Y ocurrió que al final, cuando Arhun conocía el Don que guía a los hombres para agradar a F'tuan, el Señor del Cielo Azul le dijo:
-Hay una cosa más que ta daré.
Y sobre la mano de Arhun colocó un puñado de nueces, grandes y de cáscara marrón.
He aquí el último de los dones que te doy, empléalo con la sabiduría que les ha sido otorgada a los hombres, habitantes del más rico de mis mundos.
Luego, con un pase de la mano de F'tuan, la cáscara de las nueces fue cubierta de una capa de oro puro, bellamente trabajado y ricamente incrustado de todas las piedras preciosas que le es dado conocer al hombre. Y en el oro, allí donde ninguna piedra tenía su lugar, allí se grababan en hermosos caracteres la Palabras y los Dogmas, las Leyes y las Formas, y el camino que han de seguir los hombres para agradar al creador de los mundos.
-En este último don que te he otorgado, en su bello acabado- dijo F'tuan- has de ver tu fe, tu dogma y tu convicción. Y escucha esto, pues te diré que ese oro y esas piedras preciosas pueden resistir cualquier martillo, más el martillo de la duda jamás lo soportarán, y bajo él se volverán polvo.
Agradecido y de rodillas, Arhun abandonó lentamente la presencia de F'tuan, y regreso, descendido entre las columnas serpenteantes, hasta ser depositado de nuevo en el desierto, bajo el ojo que todo lo ve de A'tharthusn.
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Cuentan las leyendas que Arhun Mull, el que conocía las Palabras y los Dogmas, las Leyes y las Formas, y la manera en que los hombres han de agradar a F'tuan, Señor del Cielo Azul, creador de los mundos, vagó por el desierto.
Arhun Mull aferraba en su mano las Nueces de Oro, símbolo y verdad del Camino del Cielo, que acababa de recibir del Señor del Cielo Azul.
Y se dice en las historias que Arhun sufrió de hambre y de sed, y que una noche que dormía apoyado contra una duna, un demonio del desierto, hijo de K'molohan, Señora de la Luna, la que todo lo ve, se apareció ante el y le dijo que si comía una, tan sólo una de esas nueces, entonces toda hambre y sed desaparecerían. A lo que Arhun Mull respondió.
-Hablas en engaños, hijo de K'molohan, la que todo lo ve, pues nunca comería el corazón de estos dones que me han sido dados por F'tuan, tal sacrilegio seguramente me costaría alma y vida. Jamás, escúchalo bien, bastardo de la Señora de la Luna, intentaría yo romper la preciosa envoltura que es las Palabras y los Dogmas, las Leyes y las Formas, y la manera en que los hombres han de agradar a F'tuan, pues tan hermoso trabajo de orfebres divinos debe existir por los siglos de los siglos. Y escucha lo que digo por último, para no hablarte más, engendro de la que todo lo ve; que aun si deseara, que no lo deseo, romper la capa divina de oro y piedras preciosas que cubre estas nueces, sería incapaz de hacerlo, pues ella es símbolo y verdad de la fe, el dogma y la convicción, ya nada en este mundo es capaz de romper tal material.
Luego Arhun calló y ni una palabra más escuchó de parte del demonio hijo de K'molohan, Señora de la Luna, la que todo lo ve; ni una palabra más dirigió el hijo de hombre al espíritu de las dunas, al que ignoró como si no existiera.
Y he aquí que muchos días más cruzó Arhun el desierto, hasta que un mediodía, entre las dunas, un ángel, hijo de A'tharthusn, Señor del Sol, el que todo lo ve, le dirigió la palabra y le dijo:
-Pobre hijo de los hombres, que has escuchado las palabras de F'tuan, escucha lo que te aconseja el Señor del Sol, mi padre, que comas el corazón de una de esas nueces de oro, al menos de una, y que con ello saciarás tu hambre y tu sed durante un año, y podrás salir de este desierto con bien. Escucha lo que dice A'tharthusn, que su padre, F'tuan, ha visto tu convicción y de ti se conduele, tanto así que en su piedad me ha enviado para comunicar qué debes hacer para salvar tu vida.
Ante lo que Arhun respondió:
-Hijo de A'tharthusn, Señor del Sol, el que todo lo ve, me pruebas con tus palabras, y al escucharlas sé que F'tuan me prueba también, pues me tienta para descubrir que tan férrea es mi fe, que tan fuerte mi convicción. He aquí que te diré esto; mi convicción es férrea como el acero, y en puente de acero, caldeado por los rayos de tu padre el que todo lo ve, saldré de este desierto, y ni la mitad del corazón de una de estas nueces tocaré.
Dicho lo anterior, Arhun se volvió, y ni una palabra más del ángel, hijo de A'tharthusn, escuchó; y ni una palabra más le dirigió, actuando en verdad como si el espíritu de las dunas no existiera.
Y ocurrió que tras días de viajar por el desierto, con hambre y sed, Arhun Mull cayó enfermo, y durante horas desvarió y sufrió alucinaciones, y al final, consumido por el hambre y la sed, murió.
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Cuentan las leyendas que Arhun Mull, quien murió aferrando en su mano derecha las Nueces de Oro, símbolo y verdad del Camino del Cielo, se levantó al tercer día de las arenas calcinantes, y camino de nuevo, ya sin hambre ni sed, hasta que pudo abandonar el desierto y llegó a la ciudad de Ior-Thomon, que significa "La tierra donde reina la fe" y que allí fue recibido con algarabía, pues señores y sacerdotes, labriegos y cazadores, todos habían escuchado de labios del demonio hijo de la Luna y del ángel hijo del Sol, que del desierto saldría un hombre que había muerto por su fe, y que conocía las Palabras y los Dogmas, las Leyes y las Formas, y la manera en que los hombres pueden agradar al Dios del Cielo Azul. Y que este hombre llevaba un precioso Don del Señor F'tuan, un símbolo y verdad del Camino del Cielo.
Los hombres de Ior-Thomon, la que se alza al lado del desierto, abrazaron a Arhun Mull, que nombraron Golod'noshor, el Rey Muerto, y le dieron potestad sobre hombres y mujeres, señores y sacerdotes, labriegos y cazadores de Ior-Thomon, para que les guiara por el camino del agrado del Dios, que ellos llamaban no El Señor del Cielo Azul, creador de los mundos, sino El Único señor del Único Mundo.
Y fue así que Arhun Mull Golod'noshor, reinó sobre Ior-Thomon durante cientos de años, pues un hombre no puede morir dos veces.
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Y las leyendas cuentan más cosas acerca de Arhun Mull, el Golod'noshor de Ior-Thomon, y de su trágico fin...