20070607

La paradoja del eremita

Se cuenta en tierras lejanas, que existió un hombre, a quien desde su nacimiento se conoció como un gran sabio, pues todos los signos, todos los símbolos así lo manifestaban.
Desde muy pequeño, cuando aquellos de su edad jugaban, él, silente, les observaba, y dicen quienes le conocieron, que si los adultos se acercaban a él y le preguntaban que hacía allí, por qué no se sumaba al juego, respondía "observo la danza", ¿que danza?, preguntaban. "La danza de la vida", respondía él.
Cuentan también que era capaz de pasar horas, días, hablando de las cosas mas sencillas, y a quien le escuchara, le parecía, al final, que esas cosas sencillas eran maravillosos milagros de los dioses.
Y siempre, siempre, este niño que se convertiría en un gran sabio, se mantenía aparte de los seres humanos.
Y ocurrió que un día, cuando le había alcanzado la adolescencia, y las ansiedades propias de le edad hacían mella en su ser, pero él aún luchaba contra ellas, despreciándolas, conoció a una bella chica, que llenó su mente, antes ofrenda a la más sublime meditación, de pensamientos puramente humanos.
Fue tal la intensidad del amor que por esa chica sintió aquel que un día sería un gran sabio, que poco a poco fue olvidándose del lugar que le correspondía como corresponde a quienes anhelan la iluminación. Y lentamente comenzó a buscar la compañía de esta chica, ahora casi mujer, pero torpemente lo hacía, como quien emplea músculos jamas antes ejercitados.
La desesperación pronto se adueño del futuro maestro, pues se daba cuenta de que, aunque era capaz de comprender mil cosas, intuir mil comportamientos, era él mismo incapaz de alcanzar se espejismo de mujer, cuya cercanía había ganado, pero cuyo amor se le antojaba ajeno, como el firmamento al escarabajo.
Así pues, tras mucho tiempo de confusión, por fin el hombre que un día sería guía espiritual, decidió que las únicas armas que tenia, en la guerra por el amor de su amada, eran aquellas con las que había nacido. Se consagraría a la meditación, a la comprensión, y de esta forma ganaría poder. Así, cuando un día tuviera poder sobre sí mismo, podría ganar poder sobre su entorno, y conseguir los anhelados besos sería cosa fácil.
Se convirtió el hombre en un eremita, abandonando definitivamente la compañía de los hombres, se alejo, allá donde pudiera escuchar a los espíritus, a los dioses, y a los seres que no son animados mas son pensantes, así como a los seres animados que son incapaces de pensar como los hombres.
Y dado que esta vida era el momento adecuado para que el eremita alcanzara la iluminación, un día la luz bajó del cielo, se alzó de la tierra, y le golpeó desde todos los puntos cardinales, mostrándole aquellas cosas que era necesario que supiera, pero sobre todo aquellas que era necesario intuyera.
Así pues, el eremita, ahora iluminado, regresó a la compañía de los hombres, sintiendo una gran paz. Y lo primero que hizo fue buscar a aquella mujer que amaba.
Al encontrarla, no inquirió si ella había ya desposado a alguien, o siquiera se acerco para hablarle, pues mientras la miraba se dio cuenta de que la había amado, de que ese amor había sido mas grande que cualquier fe y cualquier saber, pero que ya no la amaba, pues había alcanzado esa posición donde podía amar a todos los seres por igual, pero no querer a ninguno de la forma egoísta en que quieren los hombres.
Así que el eremita se alejo, riendo a carcajadas por la ironía de que aquellas armas que había deseado emplear en conseguir el amor de una mujer, no le hubieran servido sino para ganar la conciencia de si mismo, y que ahora ya no necesitara ese amor.
Nunca odio a esa mujer, mas se dio cuenta de que ella, y su incapacidad para conseguir que le amara, había sido la estratagema del destino para empujarle, mas allá de sus planes propios de hombre limitado, a la iluminación. Desde entonces, el iluminado comenzó a contar la paradoja del eremita, que busca el poder por muchas razones, pero termina consiguiendo el saber sólo por una, y para una razón solamente.