20070923

El Señor de los Tres Mundos II

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Volviose entonces en Monarca del Reino que Circunda hacia el Oráculo del Oeste, y alzando la voz pidió:
-Dime, Oráculo Oscuro, lo que sepas de mi hija, pues sé que si una encarnación más ha de tener entre los hombres, ésta sólo puede corresponderte a ti revelármela, pues en verdad oscura será tal noticia.
Con un viento de aroma salado, y una creciente oscuridad rojiza, habló la voz del oráculo del Oeste:
-Escucha, oh Soberano de los Tres Mundos, sabe lo que ocurrirá con tu hija en su segunda encarnación en el mundo de los hombres. Pues he aquí que, habiendo sufrido las privaciones y la ignorancia en su encarnación anterior, su espíritu sufrirá gran confusión, y recordándolos modos guerreros de si vida entre los demonios, elegirá esta vez el cuerpo de un hombre para encarnar, y será un príncipe guerrero, hijo de un gran rey. Y he aquí que nada más alcanzar la edad de heredar el trono de su padre, ansioso, se revelará contra ese rey y le dará muerte, lanzando luego guerra y muerte contra todos los reinos de este mundo. Y he aquí que vendrá ante nosotros, los Oráculos, y pedirá que nuestra profecía le hable de gloria y vida eterna para su reino.
Terriblemente se entristeció el Señor de los Tres Mundos, al pensar en lo que sería de su hija, y lo que sobre el mundo de los hombres traería como un tirano guerrero.
-Dime algo más, Oráculo Oscuro, para no quedarme con esta amargura en la garganta- pidió acongojado el Monarca del Reino que Circunda.
El Oráculo del Oeste habló de nuevo:
-Pues te diré, Rey de los Tres Mundos, que el príncipe guerrero, que será visto como Tirano y Emperador de los Hombres, se mantendrá aquí ante nosotros, y en lugar de nuestras voces lo que verá será a sí mismo, cuando como joven mujer, en su encarnación anterior, viniera y nos pidiera profecías. Contemplará a la bella mujer, que con lágrimas en los ojos escuchó las profecías, pero no sabrá quien fue, ni qué le fue revelado. La visión será suficiente para que el Emperador de los Hombres se sienta apenado, y mire sus acciones de guerra y muerte con los ojos de la Joven que Llora, y nada más regresar a su palacio, abandonará todo y fundará un monasterio, donde servirá como el más humilde de los siervos y hablará de La Joven Que Llora, conquistando de nuevo el mundo, ahora en el nombre de esa Joven, y por medio de la piedad. Así que el nombre que deberá llevar tu hija en su primera encarnación entre los hombres le será bien ganado, como de Señora de la Misericordia.
El Señor de los Tres Mundos sonrió entre lágrimas, pues aunque cruel, esta nueva existencia de su hija en el mundo de los hombres terminaría en gloria.
-He aquí- dijo el Monarca del Reino que Circunda- que en su segunda vida entre los hombres, mi hija será llamada Tirano de los Hombres y Esclavo de la Piedad, y ante este nombre, en generaciones futuras, los hombres se han de maravillar y confundir, tal será su enigma.
Entonces el Señor de los Tres Mundos se volvió, esperanzado hacia el Este, y rogó:
-Háblame, Oráculo Luminoso, el del sol que nace, y dame esperanza, pues aunque sospecho que mi hija no ha de regresar aún a mí en la siguiente encarnación, al menos dejará el mundo de los hombres para habitar entre los dioses.
Con un viento suave, con aroma de lluvia, y la naciente luz del alba, el Oráculo del Este habló.
-Escucha, Monarca del Reino que Circunda, Padre de la Gran Dama Guerra, Señora de la Misericordia, Tirana de los Hombres y Esclava de la Piedad, he aquí lo que tengo que decirte. En su siguiente encarnación, después de haber muerto la muerte de un mártir, sacrificada por los nobles que en sus conquistas la siguieron en su vida de Emperador de los Hombres, tu hija renacerá entre la Música delas Esferas, en el mundo de los dioses, y su nacimiento será causa de gran alegría, pues entre los más altos señores de ese mundo, su identidad y hazañas serán bien conocidas; más éstos mantendrán el secreto, pues les será evidente que tu hija no podrá conocer, más que por esfuerzo propio, su naturaleza. Durante edades servirá a los dioses como un espíritu jovial, y a veces descenderá al mundo de los hombres a llevar esperanza a los agobiados, valor a los guerreros, y consuelo a los desesperados. Y ocurrirá que en un de esos descensos, un sabio le hablará de los demonios, y de cómo han conseguido mantener la paz que hubieren aprendido de la Gran Dama Guerrera. Así, tu hijas descenderá como espíritu a los infiernos, y viendo las grandes estatuas y los muchos templos dedicados a la Gran Dama Guerrera, clamará a los demonios: “Heme aquí, que fui vuestra Dama Guerrera y ahora soy un Espíritu de los Dioses. Os amo ahora tanto como os amé como vuestra soberana, seguid el camino que os he mostrado y más tarde os abriré las puertas de los mundos”.
Sorprendido el Señor de los Tres Mundos guardó silencio. Pero el Oráculo del Este continuó:
-Y ocurrirá luego, que en su ascenso desde el mundo de los demonios, el Espíritu conocerá, en el mundo de los hombres, acerca del Tirano de los Hombres y Esclavo de la Piedad, que tendrá templos por todo el mundo y será recordado con reverencia y miedo, pues representará todo lo bueno y todo lo malo que puede ser un hombre. Y observando los templos, he aquí que tu hija clamará a los hombres: “Heme aquí, que una vez nací y fui buena, y nadie me conoció ni recordó, sino sólo el Tirano de los Hombres. Y heme aquí, que una vez nací y fui terrible, y subyugué a los reinos y todos me recordaron y escucharon cuando hablé de la Joven que Llora. Pues heme aquí, que soy ambos y ninguno, y os pido que continuéis preguntándoos qué es el hombre, y qué de si pertenece al Tirano y qué de sí pertenece a la Joven que Llora, y sabed que les digo, que cuando lleguéis a una comprensión, regresaré y os mostraré las puertas de los mundos”.
El Monarca del Reino que circunda asintió, comprendiendo el destino de su hija, que sostenía ahora en brazos. Pero el Oráculo continuó.
-Y Ocurrirá entonces que el espíritu subirá al mundo de los dioses, y allí, el Padre de los Dioses le reprenderá el haber ofrecido a los demonios y los hombres abrir las puertas de los mundos, pues bien es sabido que los dioses no desean que los hombres y demonios caminen por las Praderas Eternas. Y he aquí que el Espíritu se enfrentará al Padre de los Dioses y le dirá: “Eres tu Señor de este Mundo, Padre de dioses y diosas, y riges desde aquí sobre todo cuanto existe, pero he aquí que hay un Mundo que Circunda, ante cuyo Rey, que no es dios, ni hombre ni demonio, debes responder, y he aquí que su deseo es que los Mundos sean abiertos y no existan mas barreras, y ha ocurrido que el Señor de los Tres Mundos, que es Monarca del Reino que Circunda, me ha dado vida para que yo purifique a los demonios y guíe a los hombres, y todos puedan convivir. Y he aquí que me ha dado la más grande tarea de todas, que es retar al Padre de los Dioses y mostrarle lo que de demonio y de hombre tiene, para que así los dioses puedan también gozar de la existencia de los tres mundos”.
-Y ocurrirá- continuó el Oráculo de Este- que el Padre de los dioses, furioso, aun contra el consejo de su séquito, blandirá su terrible espada contra tu hija, y llamará a guerra a los dioses, y mientras el Espíritu es desgarrado, el Padre de los dioses dirá. “Miradme aquí, que soy furioso como demonio”, y detendrá su ataque. Luego verá a sus hijos los dioses ataviándose para la guerra contra los hombres y los demonios, y dirá: “Mira aquí, que soy como príncipe guerrero que lleva muerte a los otros mundos”, y pedirá a los dioses que se detengan y no alcen sus armas. Luego el Padre de los Dioses mirará el destrozado Espíritu de tu hija y dirá: “He aquí, que siento piedad y lloro por esta creatura, que me ha revelado la verdad del destino de los Tres Mundos, soy como la joven que llora”. Y se empeñará en sanar las heridas del Espíritu, y cuando esto haya hecho, el Espíritu no será más, sino que será una diosa, y como en su sanación habrán intervenido todos los dioses, la llamaran Hija de los Dioses, y será una brillante y hermosa estrella, fuente de una luz incomparable que brillará tanto en el mundo de los dioses, como en el de los hombres y aun en el de los demonios, recordando a todos la promesa hecha.
Llorando de alegría el Señor de los Tres Mundos apretó contra sí a su hija recién nacida.
-¿Y será entonces- preguntó- que mi hija vuelva conmigo, a los palacios del Reino que Circunda.
Con un torbellino los Oráculos hablaron a un tiempo.
-No será, Monarca del Reino que Circunda, sino hasta que su promesa se haya cumplido, que tu hija, Dama Guerrea, Señora de la Misericordia, Tirana de los Hombres y Esclava de la Piedad, Hija de los Dioses, Estrella de la Promesa, abandone los Tres Mundos y regrese contigo al Reino que Circunda, y lo primero que hará al regresar, será abrir sus puertas a los habitantes de los mundos, y luego descansar a tu lado.
El Rey de los Tres Mundos miró a su hija y dijo:
-He allí tus nombres, mi pequeña, y tu destino. Prolongaré el tiempo en el Reino que Circunda tanto como me sea posible, y cuando me abandones, te dejaré ir con lágrimas, y el Reino que Circunda se oscurecerá, y sus puertas quedarán cerradas con la fuerza de mi añoranza, y por los Tres Mundos, ni por ti, nada podré hacer. Más cuando regreses a mí, las Puertas del Reino que Circunda se abrirán de par en par y la luz será eterna, y los mundos serán uno solo.
Habiendo dicho eso, el Señor de los Tres Mundos, Monarca del Reino que Circunda, abandonó la presencia de los Oráculos y regresó a su morada, desde donde todos los mundos son visibles, y visible es también el vacío, allí donde tantas cosas han de ser creadas...

20070607

La paradoja del eremita

Se cuenta en tierras lejanas, que existió un hombre, a quien desde su nacimiento se conoció como un gran sabio, pues todos los signos, todos los símbolos así lo manifestaban.
Desde muy pequeño, cuando aquellos de su edad jugaban, él, silente, les observaba, y dicen quienes le conocieron, que si los adultos se acercaban a él y le preguntaban que hacía allí, por qué no se sumaba al juego, respondía "observo la danza", ¿que danza?, preguntaban. "La danza de la vida", respondía él.
Cuentan también que era capaz de pasar horas, días, hablando de las cosas mas sencillas, y a quien le escuchara, le parecía, al final, que esas cosas sencillas eran maravillosos milagros de los dioses.
Y siempre, siempre, este niño que se convertiría en un gran sabio, se mantenía aparte de los seres humanos.
Y ocurrió que un día, cuando le había alcanzado la adolescencia, y las ansiedades propias de le edad hacían mella en su ser, pero él aún luchaba contra ellas, despreciándolas, conoció a una bella chica, que llenó su mente, antes ofrenda a la más sublime meditación, de pensamientos puramente humanos.
Fue tal la intensidad del amor que por esa chica sintió aquel que un día sería un gran sabio, que poco a poco fue olvidándose del lugar que le correspondía como corresponde a quienes anhelan la iluminación. Y lentamente comenzó a buscar la compañía de esta chica, ahora casi mujer, pero torpemente lo hacía, como quien emplea músculos jamas antes ejercitados.
La desesperación pronto se adueño del futuro maestro, pues se daba cuenta de que, aunque era capaz de comprender mil cosas, intuir mil comportamientos, era él mismo incapaz de alcanzar se espejismo de mujer, cuya cercanía había ganado, pero cuyo amor se le antojaba ajeno, como el firmamento al escarabajo.
Así pues, tras mucho tiempo de confusión, por fin el hombre que un día sería guía espiritual, decidió que las únicas armas que tenia, en la guerra por el amor de su amada, eran aquellas con las que había nacido. Se consagraría a la meditación, a la comprensión, y de esta forma ganaría poder. Así, cuando un día tuviera poder sobre sí mismo, podría ganar poder sobre su entorno, y conseguir los anhelados besos sería cosa fácil.
Se convirtió el hombre en un eremita, abandonando definitivamente la compañía de los hombres, se alejo, allá donde pudiera escuchar a los espíritus, a los dioses, y a los seres que no son animados mas son pensantes, así como a los seres animados que son incapaces de pensar como los hombres.
Y dado que esta vida era el momento adecuado para que el eremita alcanzara la iluminación, un día la luz bajó del cielo, se alzó de la tierra, y le golpeó desde todos los puntos cardinales, mostrándole aquellas cosas que era necesario que supiera, pero sobre todo aquellas que era necesario intuyera.
Así pues, el eremita, ahora iluminado, regresó a la compañía de los hombres, sintiendo una gran paz. Y lo primero que hizo fue buscar a aquella mujer que amaba.
Al encontrarla, no inquirió si ella había ya desposado a alguien, o siquiera se acerco para hablarle, pues mientras la miraba se dio cuenta de que la había amado, de que ese amor había sido mas grande que cualquier fe y cualquier saber, pero que ya no la amaba, pues había alcanzado esa posición donde podía amar a todos los seres por igual, pero no querer a ninguno de la forma egoísta en que quieren los hombres.
Así que el eremita se alejo, riendo a carcajadas por la ironía de que aquellas armas que había deseado emplear en conseguir el amor de una mujer, no le hubieran servido sino para ganar la conciencia de si mismo, y que ahora ya no necesitara ese amor.
Nunca odio a esa mujer, mas se dio cuenta de que ella, y su incapacidad para conseguir que le amara, había sido la estratagema del destino para empujarle, mas allá de sus planes propios de hombre limitado, a la iluminación. Desde entonces, el iluminado comenzó a contar la paradoja del eremita, que busca el poder por muchas razones, pero termina consiguiendo el saber sólo por una, y para una razón solamente.

20070530

La Pronunciación

Se dice que allá, en La Confluencia, donde llegan todas las líneas, de todos los tiempos, de todas las creaciones, donde se hace el complicado trámite entre el final y el principio, y donde radica, asimismo, el punto medio de todas las cosas, allá habitaba El Conducto.
El Conducto carecía se conciencia, hasta el instante que decidió cambiar ese hecho.
Ahora, todos los instantes en La Confluencia son trascendentes, esto es, se extienden por siempre y lo abarcan todo, por lo que cada instante existe en sí mismo y sólo para sí mismo, y es sólo gracias al Conducto, que los instantes, inconmensurables por sí mismos, pueden entrelazarse, y ser medidos.
Así que en un instante, en una existencia infinita, donde nacieron y murieron estrellas, florecieron y colapsaron galaxias, El Conducto afirmó: "Yo Soy".
Ante el peligro inherente de tal instante, que podía destruir la suma de los cosmos, El Conducto los aisló, impidiendo que se entretejiera con los demás instantes.
La Pronunciación, ese instante del "Yo Soy", se volvió pues una realidad aislada, y allí dentro, por gracia de Las Palabras Afirmantes, florecieron las Creaturas de La Pronunciación, entidades que nacieron concientes desde el momento mismo de la creación de su universo, y que pulularon en busca de algo, en busca de un saber que se equiparara con La Pronunciación, que los hiciera sentir completos.
Un universo vivo, galaxias pensantes, estrellas tan sabias como viejas. Y los seres menores, de vidas efímeras, pero que eran explosiones de conciencia, de descubrimiento.
Cuando las creaturas se dieron cuenta de la naturaleza de su universo, lucharon por romper las barreras que los separaban del tejido cósmico, ansiosos por descubrir lo que había más allá, pensando que tal vez fuera aquello que les hacía falta para ser completos.
Desde su altísimo lugar, El Conducto permanencia ignorante a los esfuerzos de las creaturas de La Pronunciación, siendo de tal forma los hechos, que un instante pasó ante su esencia, un instante en el que las creaturas rompían los velos y dejaban penetrar las realidades externas en La Pronunciación. Y El Conducto entretejió el instante, sin darse cuenta de lo que contenía.
Y en este fragmento de la historia es que los antiguos se sienten confundidos pues, ¿cómo se puede explicar la ignorancia del Conducto, a menos que se piense en que las consecuencias eran inescapables y que todo estaba ya planeado?
Y así fue que, con el torbellino de las realidades entretejidas, La Pronunciación se disolvió, las creaturas vieron sus conciencias diluidas en El Todo, y El Conducto, en estertor de agonía, pensó "Ya no soy más", y regresó al estado en que actúa, y espera, pero no es conciente de sí.
Así fue que durante un instante inconmensurable, eterno, y minúsculo, El Conducto fue conciente, y después ya no más.
Y en los Cosmos Entretejidos, todo siguió como siempre.